miércoles, 1 de julio de 2009

A CARCAJADAS (cuento)

Agustina tenia ocho años, dos enormes ojos negros y e l pelo bien largo. Era flaquita, flaquita pero no tanto como un tallarín. Le gustaba jugar con sus hermanos a las escondidas por todo la casa, tomar leche chocolateada con galletas y hacerse colitas, trenzas y moñonas con hebillas de colores.
Era muy curiosa y siempre hacia preguntas.
Le encantaba charlar y aclarar dudas, pero hay algo que Agustina hacia muy poco: reírse.

Tenía que pasar algo demasiado cómico para que su boca dibujara sonrisas enormes y dejara escapar carcajadas contagiosas.
Agustina disfrutaba jugar con sus amigos y pasear con su familia, aunque era mucho más difícil darse cuenta mirándole la cara.
Mucho más difícil era descubrir cuando estaba triste y cuales eran las cosas que más le molestaban. Sus ojos negros se empañaban enseguida o se ponían más brillantes que de costumbre.
Una mañana lluviosa, Agustina estaba en la escuela como todas las mañanas.
Los niños inventaban cuentos y escribían, mientras charlaban un poco y comentaban todo lo que iban a jugar cuando llegara la hora del recreo.
De repente, la lluvia se convirtió en tormenta, las gotas en gotones y los truenos cada vez más fuertes.
Los chicos seguían trabajando y pensando historias, pero para algunos la caída del agua era más potente que su concentración.
En eso, Santiago exclamó: llueve a carcajadas, a muchos les causó gracia su comentario.

Agustina dejó de escribir casi sin darse cuenta, y se quedó pensando: nunca se le hubiera ocurrido lo mismo que a Sentí.
Ella mas bien podría haber dicho que lluvia a moco tendido o que las gotas caían desesperadamente…pero a carcajadas. Que idea tan nueva, tan distinta.

De repente, una sonrisa empezó a dibujarse en su cara, fue creciendo tímidamente, hasta transformarse en incontenibles carcajadas de esas que contagian a cualquiera…

Un fin de semana quedó de verse con Santiago para ir de compra.
Salieron el fin de semana a comprar pero al pasar por un almacén vieron una muñeca, Agustina pensó que era una que ella siempre había anhelado tener, pero no.

Buscaron en cada unos de los almacenes, pero las que veían no cumplían los requisitos que Agustina quería que tuviera la muñeca.
Estaba tan cansada de buscar que se distrajo en otras cosas.
Un poco resignada miró hacia la vitrina, y ¿qué creen? Si ahí estaba la muñeca, la muñeca de sus sueños.
Fue tanta la emoción que comenzó a saltar una y otra vez.
Todo en Agustina era alegría y corrió a darle un fuerte abrazo a Santiago.

Entonces cerró los ojos, lo tomó por la cintura y cuando los abrió para abrazarlo ¡oh! Descubrió con pena que a quien había rodeado con sus brazos no era Santiago, sino un señor que también estaba mirando la vitrina.
Eso también hizo reír a Santiago y a Agustina a carcajadas. Así fue como Santiago sin proponérselo le enseñó a Agustina a reírse de lo lindo.


Autora: Nelly Yulieth Ibarguen

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