domingo, 24 de enero de 2010

CONTANDO UN CUENTO (El Clarinetero de Pacurita)

Por: Andrés María García Cossio

El salón de clases se encontraba nutrido como de costumbre, y más que nunca; aquellos estudiantes se comportaban alborotadamente como impulsados por una extraña fuerza; en el ambiente se podía percibir la influencia negativa de alguna energía que, conjunto al sofocante calor de las 3:35 pm, alimentaba aún más el alboroto.
- Las 3:35 pm, justo cuando regresan del recreo; comentaba el profesor Ambrosio con su colega
- Esta hora sí que es difícil
- Cuéntamelo a mí, que me cuesta tanto trabajo retomar el ritmo de rendimiento
- Tú sabes que las matemáticas son muy exigentes. Por eso es que insisto en que se deberían programar en el horario para las primeras horas
- Pobre de ti, no sé cómo te las ingenias para ponerlos a leer y que se concentren en ello; pues con la recocha y alboroto que tienen; lo dudo seriamente
- Ya veremos; por lo pronto comenzaré con lo programado para hoy; les voy a contar un cuento, pero como me lo contaron a mí
- ¿Cómo así?
- Si, tal como me lo narró el señor Luis María allá en Pacurita
- Ah es que ese señor si es el cuco para los cuentos,
- Creo, y asumo la responsabilidad en esta afirmación, que es el mejor cuentero de esta región
- Esta me la veo; ya que estoy libre esta hora, ¿me permitís asistir a tu clase?
- Claro colega; me sirve como motivación
- Ja- ja- ja - ya me imagino la cara de asombro de los alumnos cuando me vean llegar con su cuchilla, el terror de las matemáticas
- No te burles; que por lo menos me respetan así no me quieran
- Ja- ja -ja- será que te temen.
Como una sentencia, lo pronosticado por los colegas se cumplió al pie de letra, el alboroto se suspendió inmediatamente y los alumnos se miraban unos a otros con una expresión de temor y de asombro. Alguno ubicado en la parte de atrás se atrevió a murmurar ¡Dios se apiade de nosotros!, ¡Cristo se juntaron!; otro entre dientes ¡nos jodimos!
Después de un breve y cordial saludo, el cual aumentó mucho más el asombro en los alumnos, el profesor Ambrosio invitó a su colega a sentarse a un costado en la parte de atrás y dirigiéndose a los estudiantes, quienes ya no necesitaban más motivación comenzó sin más su emotivo relato así: “Les voy a contar un cuento”.
Sucedió hace algunos años en Pacurita, cuando aún no existía la carretera, ni el puente, y la única forma de llegar allá era navegando en champa; era la época en que aún se cazaba en sus alrededores guagua, guatín, iguana, venado, tatabro y tigre. Pues bien mis queridos estudiantes, existía para aquella época, un señor cuya gracia o nombre era José Abel y era el único clarinetero en la región. No había fiesta que no fuese amenizada por el mágico clarinete de Don José Abel. Tocaba con gran maestría desde una polka, un abozao o una contradanza hasta un pasillo o un currulao; pero este virtuoso músico, con una básica formación académica de 2 semestres en Ibagué, pero curtido en el folclor regional y nacional, era por demás una persona muy arrogante y presumida, y a razón de ser el único músico de la región, como decía mi abuelo, en casa de ciegos el tuerto es rey; se la lucía o presumía de más frente a sus humildes coterráneos, quienes lo endiosaban a más. Era su cotidiana expresión “yo nunca toco gratis”; repetía siempre aquello para evitar se le pidiese algún favor; decía: “yo pagué muchos años de conservatorio y nadie me dio para comprar el clarinete”. Pues bien, ocurrió que, durante las fiestas patronales del pueblo vecino, después de acordado un toque de cuatro horas por un costo de $10.000 pesos, habiendo iniciado el baile a las 8:00 pm, tras 3 horas de viaje en champa; a las 12:00 pm en punto, Don José Abel, el Clarinetero, suspendió la música estando el baile en su mejor momento; pues la gente consideraba que apenas se estaban calentando al sabor del ron, el biche y el Platino. Dijo este: “hasta aquí llegó Paula”, “yo nunca toco gratis, y el contrato fue por cuatro horas, ni un minuto más ni un minuto menos”. No valieron los ruegos ni las amenazas de los iniciados danzantes, Don José Abel no cedió un minuto; solo cuando algunas mujeres, sacando unas del cabello y otras del entrepecho sus poquitos ahorros, logrando juntar la suma de $ 1.500 pesos, cantidad que según don José Abel, solamente alcanzaba costear un toque de media hora, pero que dadas las circunstancias y el hecho de que él se encontraba de buen genio, tocaría una hora por ese valor. Continuó la fiesta y exactamente sesenta minutos más tarde, volvió a parar la música, guardando su instrumento en la caja. Los pobladores muy enojados convinieron que nadie lo llevaría en su champa ni le darían posada, ante lo cual, Don José Abel se aventuró solo por el monte a esa hora. Fue su desgracia y castigo que no habiendo caminado más de una hora, cayó en una trampa para tigres (un hueco hondo en la tierra) y en esta ya había un molesto y hambriento felino que intentó comérselo; pero el astuto músico recordó que las fieras se amansan con música, y ágilmente armó su clarinete y empezó a tocar una rítmica melodía regional; y cada vez que se detenía para descansar, el tigre se enojaba. En estas, don José Abel tocó pasillos, abozao, polka, danza y bambazú, hasta el amanecer, gratis al tigre; siendo rescatado por una pareja de madrugadores campesinos atraídos por la música.
Sonó el timbre para el cambio de clases, pero ahora los asombrados eran los docentes porque ningún alumno se movió de su puesto y le suplicaban al profesor Ambrosio que siguiera con el relato. Lección que nunca olvidarían.